En la década de 1660, Luis XIV hizo construir, para él y su corte, el palacio de Versailles, que no se parecía a ningún otro palacio del mundo. Como en una colmena, todo giraba en torno del rey. Vivía rodeado de nobles, que ocupaban departamentos situados en torno del suyo, más o menos cercanos según el rango de cada uno.
Luis XIV, rey de Francia
El dormitorio del monarca ocupaba el centro geográfico del palacio y era el foco de atención de todos. Cada mañana, el rey era saludado en su aposento con un ritual denominado lever.
A las ocho de la mañana, el primer lacayo del rey, que dormía a los pies del lecho real, despertaba a Su Majestad. Luego los pajes abrían la puerta y admitían a quienes cumplían alguna función en la ceremonia. El orden en que ingresaban esas personas estaba estrictamente establecido: primero los hijos y nietos ilegítimos del rey, luego los príncipes y las princesas de alcurnia, y luego su médico y cirujano; a continuación, el gran oficial del guardarropas, el lector oficial del rey y aquellos que tenían a su cargo entretener al soberano. Después llegaban diversos funcionarios gubernamentales, en orden ascendente según su rango. Y por último, los que asistían al lever por invitación especial. Al final de la ceremonia había más de cien personas apiñadas allí, entre asistentes reales y visitas.
El día se organizaba de modo tal que la energía se concentrara en el rey y todo pasase por él. Luis xiv era constantemente atendido por cortesanos y funcionarios que le pedían consejo y su opinión. A todas las preguntas, él solía replicar: "Ya veré".
Palacio de Versailles
Saint-Simon observó: "Si se volvía hacia alguien y le formulaba una pregunta o hacía un comentario insignificante, los ojos de todos los presentes se posaban en esa persona. El hecho de que el rey le dirigiera la palabra constituía una distinción que daba prestigio". En el palacio no existía posibilidad alguna de intimidad, ni siquiera para el rey: una habitación comunicaba con la otra y cada corredor conducía a habitaciones más grandes donde sin cesar se reunían grupos de nobles. Las acciones de todos eran interdependientes, y nada ni nadie pasaba inadvertido: "El rey no sólo se aseguraba de que toda la alta nobleza se hallara presente en la corte —escribió Saint-Simon—, sino que exigía lo mismo de la baja nobleza. Durante las ceremonias de lever y coucher, durante las comidas, en los jardines de Versailles, siempre miraba a su alrededor, sin que se le escapara detalle. Se sentía ofendido si los nobles más destacados no vivían permanentemente en la corte, y quienes se presentaban allí poco, o casi nunca, incurrían en su absoluto desagrado. Si alguno de ellos decía algo, el rey expresaba con altanería: "No lo conozco", y esa sentencia era irrevocable".
Luis XIV ascendió al poder hacia el final de dos terribles guerras civiles, las Frondas. Uno de los principales instigadoras de dichas revueltas había sido la nobleza, que veía con profundo resentimiento el creciente poder absoluto de la Corona y ansiaba volver a los tiempos del feudalismo, cuando los nobles gobernaban sus propios feudos y el rey tenía poca autoridad sobre ellos. Si bien los nobles perdieron la segunda Fronda, seguían siendo díscolos y albergaban profundo resentimiento.
Cortesanos en Versailles
Por lo tanto, la construcción del palacio de Versailles significaba mucho más que el decadente antojo de un rey afecto a extravagantes lujos. Cumplía una función crucial: daba al soberano la posibilidad de vigilar atentamente, a cuantos lo rodeaban y todo lo que sucedía a su alrededor. La otrora orgullosa y poderosa nobleza quedó reducida a disputas el honor de ayudar al rey a vestirse por la mañana. Luis XIV comprendió a la perfección la verdad de que el rey que se aísla corre grave peligro. En su ausencia, las conspiraciones contra su persona brotan como hongos tras la lluvia, las animosidades se cristalizan en bandos y la rebelión estalla antes de que el soberano tenga tiempo de reaccionar. Para evitar todo eso, no sólo hay que alentar la sociabilidad y la transparencia, organizarlas y canalizarlas de la manera adecuada.
Estas características del palacio de Versailles perduraron durante todo el reinado de Luis XIV, asegurando cincuenta años de relativa paz y tranquilidad. En todo ese tiempo, no se caía ni un alfiler sin que el rey se enterara.
Un príncipe bueno y sabio, deseoso de conservar ese carácter y ansioso por evitar dar a sus hijbs la oportunidad de convertirse en opresores, nunca habrá de construir una fortaleza. Así sus hijos depositarán su confianza en la buena voluntad de los súbditos, y no en la fortaleza de una ciudadela. Nicolás Maquiavelo
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