Enamoramiento: Cómo elegimos pareja
Este personaje aprendió a pasar holgadamente todas esas pruebas. A pesar de ser una persona rácana y con tendencias morbosas hacia la sangre y las vísceras, consiguió la apariencia de un buen caballero. Gracias a eso, sedujo a cientos de mujeres. A una decena de ellas las asesinó con el único fin de quitarles sus –a veces paupérrimos– ahorros. Su encanto era tan notable que, cuando se le juzgó a principios de los años veinte, las crónicas de la época olvidaban la brutalidad de sus crímenes para centrarse en su forma de vestir y en su cautivadora conversación. De hecho, en las películas que le han dedicado –directores tan conocidos como Charles Chaplin o Claude Chabrol– el personaje sigue siendo tratado como un individuo galante y cautivador a pesar de su mugrienta vida de asesino usurero.
Decididamente, nuestra forma de enamorarnos excluye parámetros que creemos importantes e incluye otros de los que no somos conscientes e influyen decisivamente. Uno de estos factores inconscientes es la belleza. Aristóteles (un filósofo que solía poner el dedo en la llaga) decía que “la belleza física valía más que cualquier carta de presentación”. Hay muchas investigaciones acerca de la influencia de esa variable a la hora de ser objeto de preferencia de los demás. El psicólogo canadiense Michael Efran, de la Universidad de Toronto, por ejemplo, ha hecho muchos experimentos que muestran que éste es un factor fundamental a la hora de decidir si prestamos atención a alguien. Todos ofrecen el mismo resultado: estamos mejor predispuestos hacia los más guapos, pero no somos conscientes del influjo que tiene el atractivo.
Los patrones que guían nuestra elección
Desde las pioneras teorías de Desmond Morris hasta los escritos recientes de David M. Buss ha habido muchos científicos que afirman que nuestra selección está guiada por patrones (hombres musculosos y grandes, mujeres con caderas amplias y pechos grandes) que aumentan la posibilidad de que nuestros genes se reproduzcan. Desde ese punto de vista, la razón por la que la belleza es tan importante parece clara: elegimos determinados rasgos (simetría, piel sin imperfecciones, etc.) porque si la persona los posee hay más probabilidades de que esté sana y sea una buena apuesta a la hora de mezclar nuestros genes.
Pero la supuesta homogeneidad que predeciríamos si todos eligiéramos a personas que nos resulten guapas se diluye, sin embargo, cuando vemos lo que realmente ocurre: hay millones de personas enamoradas de millones de hombres y mujeres que difícilmente podrían ser catalogados como tal. Los factores cognitivos entran aquí en juego.
Enamoramiento: Cómo elegimos pareja
Uno de ellos es la “etiqueta” que le ponemos al futuro de nuestra relación. En una investigación dirigida por la psicóloga Lynda Boothroyd se mostraba que los seres humanos predecimos, a partir de una fotografía, si la persona retratada es un buen candidato para una aventura de una noche o si solo estaría interesado en una relación más seria. Pues bien: los participantes en el experimento encontraban más atractiva a la persona que preveían que podía satisfacer sus expectativas. Es decir: aquellos que buscaban compromiso amoroso evaluaban como más guapos a los que “tenían pinta de buscar algo duradero” y aquellos que preferían algo puntual puntuaban más alto el aspecto físico de los que veían como “posibles candidatos a un rollo de una noche”.
Este sesgo forma parte de una propensión general de los seres humanos que el psicólogo Peter Watson denominaba “Tendencia a la autoconfirmación”. Insistimos en buscar datos que confirmen nuestras ideas y pocas veces atendemos a los hechos que las refutan para no tener que revisar continuamente nuestros juicios.
Las almas gemelas
Esto ocurre también con los parámetros que utilizamos para saber si una persona responde a nuestras expectativas amorosas: “Es muy recatada vistiendo: estoy seguro de que nunca tendría una aventura con otro”, “Este chico no habla casi nunca de sexo y, además, nunca dice groserías: es que es muy espiritual”, “Baila muy bien: seguro que en la cama también se mueve estupendamente”… Los seres humanos necesitamos sensación de control y establecer asociaciones supuestas entre rasgos visibles y otros que necesitamos inferir nos ayuda a obtenerla. Es lo que, a partir de las investigaciones de Solomon Asch, se denomina “Teorías Implícitas de Personalidad”: creemos que ciertos rasgos aparecen siempre unidos y, a partir de ahí, podemos pensar que conocemos a los demás aunque solo nos muestren lo que ellos quieren que veamos.
Nos olvidamos de las veces que estos criterios han fallado, recordamos las pocas veces que han funcionado… y nos dirigimos directamente al siguiente error. Si alguien, por ejemplo, cree que cada vez que encuentra a una persona con quien comparte gustos (musicales, cinematográficos, literarios…) ha dado con un alma gemela, intentará reafirmar una y otra vez su hipótesis. Olvidará, por supuesto, que hay una inmensa cantidad de gente con la que tiene afinidades culturales… y una total incompatibilidad de caracteres.
Y, además, olvidará que los otros también comparten con nosotros estas Teorías Implícitas y pueden utilizarlas para fingir -como Landrú- ser lo que no son. Si una mujer quiere pasar por puritana sabe que tiene que vestir pudorosamente, los hombres que quieren disimular su obsesión sexual aprenden a hablar de forma delicada, las personas que quieren seducir con la promesa de ser grandes amantes se apuntan a cursos de baile… y todos, cuando nos queremos ofrecer como candidatos a alma gemela, decimos que nos encantan los mismos grupos musicales que a la persona a la que queremos seducir.
Fuente: http://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2013/03/11/como-elegimos-pareja-y-en-que-nos-solemos-equivocar-116501/
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